Thursday, February 12, 2009

La Huella XII


La Marcha.

Todavía sin atreverse a salir, se refugiaban adentro sin entender nada de aquella noche.

El agua había cesado, pero algo sucedía cerca, cada vez más.

Ramón no paraba de llorar y Erminda trataba de ser valiente con pocos resultados.

Acercó su cabeza a la ventanita y lo vió cubrir todo de oscuridad, con sus alas enormes que se desplegaban y replegaban en un segundo.

Al borde de la locura, se tiró sobre una silla, para no caer de vuelta, temblorosa.

¡Diosito ayudanos!

Se dirigía hacia el pueblo.

La Huella XI



El Conjuro.

Lo miraba impávido cavar un pozo sin hacer caso del cielo cayendo a pedazos a su alrededor.

La lluvia y el viento lo atravesaban. No había explicación. Nada la tenía últimamente.

Su bolsa de reliquias descansaba al costado del montón de tierra.

Simón comenzaba a inquietarse.

De cuando en cuando El Primo miraba y ponía los pelos de punta.

Dejó la pala en el suelo y se acercó.

Sangre añeja se expresaba en sus rasgos, ahora lo veía de cerca, sangre vieja que se niega a morir, entenado trashumante de estas tierras.

Se saludaron con respeto asintiendo con la cabeza. El Primo extendió su mano y Simón supo lo que quería. Sin dudarlo devolvió el antiguo facón recién recuperado.

El aparecido retornó a su tarea, vacío la bolsa en el pozo y arrojó el puñal también. Tapó nuevamente con el suelo gastado y la tormenta se serenó.

Sentados los dos, sin mirarse, esperaron en la galería. Simón se preguntaba que.

Rayos silenciosos, amenazaban en el horizonte.

A lo lejos, crujidos, abriéndose paso entre los restos de monte, acercándose peligrosamente. No temían. Simón confiaba ahora en su compañero, lo que fuese, el lo resolvería.

Ya viene.

Y es gigante.

La Huella X



Julepe.

La tormenta más fulera de las que se acuerde.
El rancho parecía caerse en cualquier momento.
Desde la ventanita triangular miraba el patio entre un relámpago y otro.
El corazón le daba vuelcos.
Con el Jesús en la boca y el Ramoncito en brazos, caminaba de un lado al otro en la oscuridad. Las aberturas repiqueteaban enloquecidas.
Entre tanto golpe, le pareció distinguir un llamado que ignoró.
Los llamados se volvieron mas insistentes.

¿Será la comadre que se volvió por la tormenta?

Corrió la trabita. El niño se prendió como un gato, escondiendo la cabeza en su cuello.
Un refusilo reveló la silueta del Primo a contraluz y sus piernas no reaccionaron más.
Cayó antarca, con la criatura encima.
Sin poder gritar, lo observo entrar solemne.
Otra vez el tiempo se detuvo.
Caminó hasta el aparador y tomó la virgencita que se hallaba encima, rodeada de estampitas y restos de velas y salió.
La puerta volvió a golpearse una y otra vez.