Wednesday, April 16, 2008

La Huella VII




David.

El cansancio parecía ganarle al pánico.
En el ensueño más espeluznante que haya tenido, Simón, abrió los ojos, y ya no estaba. Lo cual no significaba que debía tranquilizarse. ¡No debió descuidarse así!

Y de nuevo, ¡crack!
Esta vez se incorporo de inmediato, pero no pudo encontrarlo.

-¡Salí si sos macho!- Frase celebrada en sus ostentosos enfrentamientos.

Y detrás suyo, escucho clarísima, la respiración, como la de un perro sediento, rítmica, agitada.

Era otra cosa.

-¡No te des vuelta! ¡No te des vuelta boludo de mierda!- Pensó, si es que había forma de controlar la voluntad en ese momento paralizante.

El aliento fétido empezaba a percibirse, la respiración cada vez mas cerca, elevada.

-¡Dios mío!- Comenzó a creer de repente, como es costumbre de muchos cuando ya no queda nada más.

Los ojos entreabiertos, ¡crack!, esta atrás. Ya roza el hombro. Dedos, algo así, parecen ramas.
Se cierran sobre su cráneo, ¿¡como puede estar consciente aún!? No se lo explica.
Más dedos bajando por el cuello, otros afianzándose sobre su espalda. La mano monstruosa, si es que lo fuera, tendría la forma de un ciempiés. Lo levanta sin voltearlo.
No lo puede ver. Tampoco quiere. Ya esta a dos metros sobre el suelo.

¡La respiración!, ¡Dios mío!, ¡la respiración!

Desde la altura puede ver el jumiál infinito, y al Primo, y su figura huesuda, ágil, apresurándose, gritando como un animal, no habla, es un rugido salvaje, sin esperar a llegar arroja algo desde la distancia, que con absoluta precisión, pasa por el costado de la oreja y se clava. No hay grito. No hay nada.
Simón cae torpemente, ya inconsciente, junto al facón, con mango labrado en oro y alpaca.

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